Profesor Hugo Vicencio Reyes
Visión cristiana de la política
A través de los medios de comunicación,
recibimos noticias diarias acerca de los partidos políticos, sus proyectos,
líderes y discusiones sean estos
demócratas y republicanos de EE.UU.,
laboristas de Inglaterra, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano, del Partido Socialista Obrero Español
(PSOE), o los Peronistas de Argentina.
Chile, desde
los inicios de su vida independiente, también ha tenido sus partidos políticos. Desde los “Exaltados”, “Moderados”
y “Realistas”, sin olvidar a los famosos “Pelucones”, “Pipiolos”, pasando por “Nacionales” y “Conservadores”.
La juventud
divino tesoro
Por otra parte,
hoy se observa una marcada tendencia hacia el desinterés ciudadano por la política
y principalmente se acusa a los jóvenes,
calificándolos de apáticos
y poco comprometidos. Sin embargo, diversos estudios apuntan a que, en
realidad, los jóvenes son el segmento
social que más participa en diversos tipos
de actividades colectivas (deportivas, eclesiales
y artísticas, entre otras) y que valoran la participación ciudadana y las
acciones sociales que les permitan
expresar, en el ámbito público,
sus intereses y preocupaciones.
No, los jóvenes no rechazan la política, sino el tipo de prácticas que se realizan
dentro de ese ámbito, por ser incoherentes e incapaces de
responder a sus demandas.
¿Cómo aprobarlas cuando ven con frecuencia que un representante del
partido A desprecia de entrada una
argumentación, al saber que
viene de alguien del partido Z?
¿Cómo aprobarlas
cuando notan que ese escenario público se tiende a utilizar para fines egoístas, como el tráfico de
influencias, el lucimiento personal,
el afán de poder o el enriquecimiento ilícito?
No es de
extrañarse que muchos jóvenes decidan automarginarse, no participar en los procesos
eleccionarios y tratar de vivir la solidaridad, el servicio y la tolerancia en
otros ambientes y por otras vías. Es que han descubierto que sus “representantes” han olvidado eso de luchar “para alcanzar
el bien común y servir
al interés nacional”.
La política
puede entenderse como aquella esfera
de la sociedad que se ocupa de las relaciones de poder en cuanto inciden en la conducción general de la sociedad. Son inherentes a ella tres dimensiones inseparables si
no se quiere desnaturalizarla. La primera es la dimensión ideológica, es decir, la propuesta, debate y opción
por visiones y proyectos de lo que se quiere para el país.
La segunda es
la dimensión instrumental, que consiste en la representación de intereses y respuesta
a las reivindicaciones y demandas de la
gente y de los ciudadanos.
La tercera es
la política como actividad especializada que incluye la lucha por puestos de representación y que, en la sociedad
moderna adquiere carácter de carrera profesional.
Es esta última la constitutiva de lo que se denomina clase política. La política es una actividad
digna y esencial para la vida de un país democrático. Sin embargo, está
expuesta a sufrir la corrupción.
La corrupción es una de las más graves
distorsiones de la política, porque traiciona los principios de la justicia social, compromete el correcto
funcionamiento del Estado e influye negativamente en la relación entre gobernantes y
gobernados; introduce una creciente
desconfianza respecto de las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de
los ciudadanos
por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones.
En conclusión, podemos establecer lo siguiente:
La política es una dimensión de la vida humana que ha sido escenario de las más enconadas luchas y las más profundas alegrías de
millones de personas. A lo largo de la historia, ha concitado luchas fratricidas y el logro de lo que
parecían solo utopías.
Pero, ¿de qué
se habla en realidad cuando se toca el tema de la política? ¿Es algo en verdad tan apasionante, o es
una “soberana lata”, como opinan algunos?
¿Tienen algo
que ver Jesús y su Evangelio en estos asuntos? Veámoslo en las próximas clases.