Los pobres de Yahve
LA POBREZA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento habla muy a menudo de la Pobreza considerada como
fenómeno social. Ninguna literatura antigua nos la describe tan detalladamente,
ni pretende darnos sobre ella un juicio tan cabal. Evidentemente, la pobreza
caló muy hondo en el pensamiento de Israel. Pero esta idea se expresa siguiendo
unas líneas, unas "pistas" que no siempre parecen concordantes. Esto
se debe al temperamento intelectual de los autores bíblicos, menos preocupados
que nosotros por la coherencia lógica, que acostumbran a dar, en forma
sucesiva, los aspectos complejos de una realidad. Y también puede ser debido a
los distintos ambientes en que nos encontramos siguiendo la Biblia.
Del examen de los textos parecen desprenderse tres formas de comprender la
pobreza.
La primera, y la más importante, la considera como un estado escandaloso
que de ningún modo tendría que existir en Israel. El origen de esta acepción lo
encontramos en la religión mosaica.
Los grandes profetas, erigidos en defensores de los débiles, no cesan de
denunciar todas las formas de opresión: el comercio fraudulento (Os 12, 8; Am
8, 5), el acaparamiento de las tierras (Miq 2, 1-3; Ez 22, 29), la
arbitrariedad de la justicia (Am 5, 7), las reducciones a esclavitud (Neh 5,
1-5), las violencias de las clases poseedoras -los 'am ja'ares (2
Re 23, 30.35)- y los funcionarios sin entrañas tras los que se escudaban los
propios reyes (Jer 22, 13-17):
¡Ay de
aquellos que tornan el juicio en ajenjo
y echan por tierra la justicia ! (Am 5, 7).
La medida del mal se ha desbordado...
no se respeta el derecho...
no se defiende la causa de los pobres (Jer 5, 28)
Pocos textos serán suficientes para resumir toda la lucha a favor de esos
pobres cuyo retrato hemos tratado de esbozar. Se afirma que nuestra época ha
descubierto nuevos rasgos de la pobreza; no obstante, las circunstancias de
pobreza en que se encontraban los hombres de Dios, en la antigua Alianza, eran
substancialmente las mismas. Los desheredados forman un inmenso cortejo que
clama ante Yavé su estado de deshumanización, su carencia absoluta de
estabilidad familiar, su necesidad de cobijo, su imposibilidad de labrarse un
porvenir, su opresión y su desesperanza. Y los profetas son como el eco de esos
lamentos:
Oid esto, vacas de Basán...
que oprimís a los débiles (dal-Iim),
maltratáis a los pobres (ebionim)... (Am 4, 1).
Ay de los que dan leyes inicuas,
y de los que escriben leyes tiránicas,
para apartar del tribunal a los pobres (oniyim) de mi pueblo
y conculcar el derecho de los desvalidos (dal-lim) (Is l0, 1-2).
Haced justicia al pobre, al huérfano,
tratad justamente al desvalido (ani) y al menesteroso (rash),
librad al pobre (dal) y al indigente (ebión),
y salvadles de las garras del impío (Sal 82, 3-4).
Del Mesías se ha dicho que:
juzgará con justicia al humilde (dal-lim)
y con equidad a los pobres (anauim) de la tierra (Is 11, 4).
El Deuteronomio, nacido en pleno ambiente
profético, su legislación, intenta librar del pauperismo a todas sus víctimas,
incluyendo en ellas a los levitas y extranjeros.
El año de remisión de créditos y de esclavos
hebreos, la prohibición de los préstamos con interés y la de retener el salario
del trabajador, la obligación trienal del diezmo en favor de los pobres y del
pago diario a los obreros: he aquí las instituciones que defiende y justifica
abundantemente. Pero la exhortación "caritativa" va más allá de lo
que exigen estas leyes concretas: "Nunca dejará de haber pobres (ebionim)
en la tierra por eso te doy este mandamiento: Abrirás tu mano a tu hermano, al
necesitado y al indigente de tu
tierra" (Deut 15, 11).
El alma compasiva de Israel sigue palpitando en las
sentencias de los Sabios, lo mismo antes que después del Destierro:
El rey que hace justicia a
los humildes (dal-Iim)
hace firme su trono para
siempre (Prov 29, 14).
El justo reconoce el
derecho de los pobres (dal-Iim),
pero al impío no le importa
nada de ellos (Prov 29, 7)...
El que da al pobre (dal)
se lo presta a Yavé (Prov 19, 17).
Ese hábito del Deuteronomio
pasa al libro de Job, en el que se oye el clamor implorando a Dios (Job
34, 28) y un cuadro de negra belleza recoge el escándalo del observador que no
renuncia a creer en la Justicia divina:
Los malvados cambian los
linderos ajenos,
roban los ganados con su
pastor.
Se llevan el asno del
huérfano
y toman en prenda el buey
de la viuda.
Los indigentes se apartan
del camino
y los pobres se ocultan
igualmente.
Como burros salvajes del
desierto,
Tienen que salir en busca
de su presa,
acuciados por el hambre de
sus hijos,
pero no logran el pan para
saciarlos.
Durante la noche siegan los
campos ajenos
y vendimian las viñas del
impío.
Se mojan con los aguaceros
de los montes,
sin más abrigo que las
rocas.
Arrancan de los pechos al
niño huérfano
y toman en prenda la capa
del mendigo.
De la ciudad salen gritos
de los moribundos,
y pide socorro el alma de
los oprimidos...
Antes del día se levanta el
asesino
para matar al desvalido y
al necesitado... (Job 24, 2-12).
Es ésta la más
tremenda descripción que hallamos en la Biblia sobre la situación de los
pobres.
Los lamentos a veces
se convierten en maldiciones. Una especie de terror sagrado envuelve el pasaje
en el que Ben Sirá, resumiendo la tradición bíblica, levanta su voz por los
pobres. Como la sangre de Abel, la voz del pobre clama al Señor:
Hijo mio, no arrebates al
pobre su sostén
y no vuelvas los ojos ante
el indigente.
Da al hambriento
y satisfaz al hombre en su
necesidad.
No irrites al corazón
angustiado
y no difieras socorrer al
menesteroso.
No desdeñes al suplicante
atribulado,
no vuelvas el rostro al
pobre.
No apartes los ojos del
mendigo
y no des ocasión al hombre
de maldecirte:
pues si te maldice en la
amargura de su alma,
su Hacedor escuchará su
oración (Eclo 4, 1-6).
Esta forma de concebir la pobreza cuya línea hemos
seguido hasta ahora, atendiendo a las normas espirituales del pueblo elegido y
analizando sus leyes e instituciones, nos presenta este fenómeno como un mal
social vituperable. (Compárese con la perspectiva aristotélica que mira a la
sociedad como separada por vocación natural y consagra las clases sociales). En
la Biblia el pobre aparece como una víctima digna de lástima o como un desecho
que salvar. Sin embargo, existe otra concepción que, siguiendo su lógica, nos
hace intuir en el pobre al pecador.
La ley de la retribución, heredada de las
civilizaciones paganas, aparece formulada desde el comienzo de la historia de
Israel y subsiste hasta el fin del judaísmo. La riqueza es considerada como una
recompensa a los justos ya aquí en la tierra; el hombre temeroso de Yavé,
alcanza el triunfo en este mundo y consigue la felicidad, la riqueza, la paz,
la salud y todas las bendiciones del cielo. Claro está que, en el principio,
era el pueblo entero el que, surgido de un movimiento de liberación revolucionaria,
forjado en las pruebas del desierto y nacido por voluntad del Dios de las
recompensas, estaba llamado a compartir los bienes de Yavé. Pero la historia
contradecía este ideal. Al pobre no le quedaba más que el derecho fundamental.
Derecho que permanece inalienable y que se espera ver confirmado con el
advenimiento del Mesías (Is 11, 4; Sal 72, 2; 37, 11). El ideal de la Alianza
estará siempre presente en el pensamiento de Israel.
Y este ideal se iba adaptando a los hechos. El
éxito de alguno de los israelitas establecidos en Canaán era un hecho ambiguo
que se tendía a considerarlo como anotado en el activo de la ley de la
recompensa. Cierto que la realidad demostraba la virtud como ligada a la
pobreza y la maldad emparejada con la riqueza (Prov 19, 1; 28, 6; 19, 22).
Pero, en el círculo de los sabios, era la relación inversa la que, cada vez
más, se consideraba como normal. "Nacido de padres pobres, pero
honrados". Esta expresión estereotipada, que se lee en tantas vidas de
santos, nos demuestra hasta qué punto han pervivido aquellos viejos esquemas.
Incluso Job, cuando un día intentó analizarlos, se vio acusado por sus amigos
de "destruir la piedad" (Job 15, 4), es decir, de trastornar la
religión. Los Sabios, en sus observaciones, se sirven de la palabra rash,
adjetivo neutro, cuando hablan de los pobres. Ello demuestra que no sienten
simpatía por tales personas:
El hombre perezoso cae en
manos de la pobreza (resh)
(Prov 6, 11; 24, 34; I0, 4;
20, 13).
El bebedor y el comilón se
empobrecerán
y el sueño le hará vestir
harapos (Prov 23, 2).
El que labra la tierra
tendrá pan abundante,
el que se va con los
ociosos se hartará de pobreza (Prov 28, 19).
El matiz no es todavía
religioso, pero llega a serIo en los Prov 13, 18:
Pobreza (resh) y vergüenza
para el que desdeña la instrucción.
Y más completamente aún en
los salmos idílicos, cuyas premisas serán discutidas por Job, Qohélet y
los anauim de los salmos 37, 49 y 73. El justo triunfa en todo
lo que emprende (Sal 1, 3).
Bienaventurado el varón que
teme a Yavé
y pone toda su complacencia
en sus mandamientos.
Su descendencia será
poderosa sobre la tierra
y la generación de los
justos será bendecida.
Habrá en su casa riqueza y
bienestar (Sal 112, 1-3).
Este endurecimiento y esta esquematización estrecha
de la ley de la recompensa, este movilizar a la divinidad en su propio
provecho, señala una fase del pensamiento israelita. Pronto veremos cómo se
superó esta fase. Desde ahora quedémonos con la idea de que la existencia de un
justo pobre frente a un rico malo, plantea un problema cuya única salida era
recurrir al esquema de la trascendencia, bien fuera esperando el día supremo
del triunfo de Yavé (Sal 37) o bien proyectando esta esperanza hacia el más allá
(Sal 73
ACTIVIDADES.-
Desarrolla: “La pobreza en el Antiguo Testamento”
basado en textos bíblicos y en la explicación de clase.
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