jueves, 16 de junio de 2016

LA POBREZA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Los pobres de Yahve  
  
LA POBREZA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

El Antiguo Testamento habla muy a menudo de la Pobreza considerada como fenómeno social. Ninguna literatura antigua nos la describe tan detalladamente, ni pretende darnos sobre ella un juicio tan cabal. Evidentemente, la pobreza caló muy hondo en el pensamiento de Israel. Pero esta idea se expresa siguiendo unas líneas, unas "pistas" que no siempre parecen concordantes. Esto se debe al temperamento intelectual de los autores bíblicos, menos preocupados que nosotros por la coherencia lógica, que acostumbran a dar, en forma sucesiva, los aspectos complejos de una realidad. Y también puede ser debido a los distintos ambientes en que nos encontramos siguiendo la Biblia.
Del examen de los textos parecen desprenderse tres formas de comprender la pobreza.

La primera, y la más importante, la considera como un estado escandaloso que de ningún modo tendría que existir en Israel. El origen de esta acepción lo encontramos en la religión mosaica.

Los grandes profetas, erigidos en defensores de los débiles, no cesan de denunciar todas las formas de opresión: el comercio fraudulento (Os 12, 8; Am 8, 5), el acaparamiento de las tierras (Miq 2, 1-3; Ez 22, 29), la arbitrariedad de la justicia (Am 5, 7), las reducciones a esclavitud (Neh 5, 1-5), las violencias de las clases poseedoras -los 'am ja'ares (2 Re 23, 30.35)- y los funcionarios sin entrañas tras los que se escudaban los propios reyes (Jer 22, 13-17):

¡Ay de aquellos que tornan el juicio en ajenjo
y echan por tierra la justicia ! (Am 5, 7).
La medida del mal se ha desbordado...
no se respeta el derecho...
no se defiende la causa de los pobres (Jer 5, 28)


Pocos textos serán suficientes para resumir toda la lucha a favor de esos pobres cuyo retrato hemos tratado de esbozar. Se afirma que nuestra época ha descubierto nuevos rasgos de la pobreza; no obstante, las circunstancias de pobreza en que se encontraban los hombres de Dios, en la antigua Alianza, eran substancialmente las mismas. Los desheredados forman un inmenso cortejo que clama ante Yavé su estado de deshumanización, su carencia absoluta de estabilidad familiar, su necesidad de cobijo, su imposibilidad de labrarse un porvenir, su opresión y su desesperanza. Y los profetas son como el eco de esos lamentos:



Oid esto, vacas de Basán...
que oprimís a los débiles (dal-Iim),
maltratáis a los pobres (ebionim)... (Am 4, 1).
Ay de los que dan leyes inicuas,
y de los que escriben leyes tiránicas,
para apartar del tribunal a los pobres (oniyim) de mi pueblo
y conculcar el derecho de los desvalidos (dal-lim) (Is l0, 1-2).
Haced justicia al pobre, al huérfano,
tratad justamente al desvalido (ani) y al menesteroso (rash),
librad al pobre (dal) y al indigente (ebión),
y salvadles de las garras del impío (Sal 82, 3-4).
Del Mesías se ha dicho que:
juzgará con justicia al humilde (dal-lim)
y con equidad a los pobres (anauim) de la tierra (Is 11, 4).


El Deuteronomio, nacido en pleno ambiente profético, su legislación, intenta librar del pauperismo a todas sus víctimas, incluyendo en ellas a los levitas y extranjeros.
El año de remisión de créditos y de esclavos hebreos, la prohibición de los préstamos con interés y la de retener el salario del trabajador, la obligación trienal del diezmo en favor de los pobres y del pago diario a los obreros: he aquí las instituciones que defiende y justifica abundantemente. Pero la exhortación "caritativa" va más allá de lo que exigen estas leyes concretas: "Nunca dejará de haber pobres (ebionim) en la tierra por eso te doy este mandamiento: Abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado  y al indigente de tu tierra" (Deut 15, 11).
El alma compasiva de Israel sigue palpitando en las sentencias de los Sabios, lo mismo antes que después del Destierro:
El rey que hace justicia a los humildes (dal-Iim)
hace firme su trono para siempre (Prov 29, 14).
El justo reconoce el derecho de los pobres (dal-Iim),
pero al impío no le importa nada de ellos (Prov 29, 7)...
El que da al pobre (dal) se lo presta a Yavé (Prov 19, 17).

Ese hábito del Deuteronomio pasa al libro de Job, en el que se oye el clamor  implorando a Dios (Job 34, 28) y un cuadro de negra belleza recoge el escándalo del observador que no renuncia a creer en la Justicia divina:



Los malvados cambian los linderos ajenos,
roban los ganados con su pastor.
Se llevan el asno del huérfano
y toman en prenda el buey de la viuda.
Los indigentes se apartan del camino
y los pobres se ocultan igualmente.
Como burros salvajes del desierto,
Tienen que salir en busca de su presa,
acuciados por el hambre de sus hijos,
pero no logran el pan para saciarlos.
Durante la noche siegan los campos ajenos
y vendimian las viñas del impío.
Se mojan con los aguaceros de los montes,
sin más abrigo que las rocas.
Arrancan de los pechos al niño huérfano
y toman en prenda la capa del mendigo.
De la ciudad salen gritos de los moribundos,
y pide socorro el alma de los oprimidos...
Antes del día se levanta el asesino
para matar al desvalido y al necesitado... (Job 24, 2-12).



Es ésta la más tremenda descripción que hallamos en la Biblia sobre la situación de los pobres.
Los lamentos a veces se convierten en maldiciones. Una especie de terror sagrado envuelve el pasaje en el que Ben Sirá, resumiendo la tradición bíblica, levanta su voz por los pobres. Como la sangre de Abel, la voz del pobre clama al Señor:


Hijo mio, no arrebates al pobre su sostén
y no vuelvas los ojos ante el indigente.
Da al hambriento
y satisfaz al hombre en su necesidad.
No irrites al corazón angustiado
y no difieras socorrer al menesteroso.
No desdeñes al suplicante atribulado,
no vuelvas el rostro al pobre.
No apartes los ojos del mendigo
y no des ocasión al hombre de maldecirte:
pues si te maldice en la amargura de su alma,
su Hacedor escuchará su oración (Eclo 4, 1-6).





Esta forma de concebir la pobreza cuya línea hemos seguido hasta ahora, atendiendo a las normas espirituales del pueblo elegido y analizando sus leyes e instituciones, nos presenta este fenómeno como un mal social vituperable. (Compárese con la perspectiva aristotélica que mira a la sociedad como separada por vocación natural y consagra las clases sociales). En la Biblia el pobre aparece como una víctima digna de lástima o como un desecho que salvar. Sin embargo, existe otra concepción que, siguiendo su lógica, nos hace intuir en el pobre al pecador.
La ley de la retribución, heredada de las civilizaciones paganas, aparece formulada desde el comienzo de la historia de Israel y subsiste hasta el fin del judaísmo. La riqueza es considerada como una recompensa a los justos ya aquí en la tierra; el hombre temeroso de Yavé, alcanza el triunfo en este mundo y consigue la felicidad, la riqueza, la paz, la salud y todas las bendiciones del cielo. Claro está que, en el principio, era el pueblo entero el que, surgido de un movimiento de liberación revolucionaria, forjado en las pruebas del desierto y nacido por voluntad del Dios de las recompensas, estaba llamado a compartir los bienes de Yavé. Pero la historia contradecía este ideal. Al pobre no le quedaba más que el derecho fundamental. Derecho que permanece inalienable y que se espera ver confirmado con el advenimiento del Mesías (Is 11, 4; Sal 72, 2; 37, 11). El ideal de la Alianza estará siempre presente en el pensamiento de Israel.
Y este ideal se iba adaptando a los hechos. El éxito de alguno de los israelitas establecidos en Canaán era un hecho ambiguo que se tendía a considerarlo como anotado en el activo de la ley de la recompensa. Cierto que la realidad demostraba la virtud como ligada a la pobreza y la maldad emparejada con la riqueza (Prov 19, 1; 28, 6; 19, 22). Pero, en el círculo de los sabios, era la relación inversa la que, cada vez más, se consideraba como normal. "Nacido de padres pobres, pero honrados". Esta expresión estereotipada, que se lee en tantas vidas de santos, nos demuestra hasta qué punto han pervivido aquellos viejos esquemas. Incluso Job, cuando un día intentó analizarlos, se vio acusado por sus amigos de "destruir la piedad" (Job 15, 4), es decir, de trastornar la religión. Los Sabios, en sus observaciones, se sirven de la palabra rash, adjetivo neutro, cuando hablan de los pobres. Ello demuestra que no sienten simpatía por tales personas:

     El hombre perezoso cae en manos de la pobreza (resh)
     (Prov 6, 11; 24, 34; I0, 4; 20, 13).
     El bebedor y el comilón se empobrecerán
      y el sueño le hará vestir harapos (Prov 23, 2).
     El que labra la tierra tendrá pan abundante,
     el que se va con los ociosos se hartará de pobreza (Prov 28, 19).

El matiz no es todavía religioso, pero llega a serIo en los Prov 13, 18:
Pobreza (resh) y vergüenza para el que desdeña la instrucción.
Y más completamente aún en los salmos idílicos, cuyas premisas serán discutidas por Job, Qohélet y los anauim de los salmos 37, 49 y 73. El justo triunfa en todo lo que emprende (Sal 1, 3).

Bienaventurado el varón que teme a Yavé
y pone toda su complacencia en sus mandamientos.
Su descendencia será poderosa sobre la tierra
y la generación de los justos será bendecida.
Habrá en su casa riqueza y bienestar (Sal 112, 1-3).

Este endurecimiento y esta esquematización estrecha de la ley de la recompensa, este movilizar a la divinidad en su propio provecho, señala una fase del pensamiento israelita. Pronto veremos cómo se superó esta fase. Desde ahora quedémonos con la idea de que la existencia de un justo pobre frente a un rico malo, plantea un problema cuya única salida era recurrir al esquema de la trascendencia, bien fuera esperando el día supremo del triunfo de Yavé (Sal 37) o bien proyectando esta esperanza hacia el más allá (Sal 73

ACTIVIDADES.-

Desarrolla: “La pobreza en el Antiguo Testamento” 
basado en textos bíblicos y en la explicación de clase.
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