jueves, 17 de octubre de 2019

economía en el marco del Reinado de Dios



La economía en el marco del Reinado de Dios

Jesús, más que hablar sobre el tema de la riqueza y la pobreza en sí, puso el tema económico en el marco del Reinado de Dios, que es una nueva convivencia en la justicia y en la solidaridad. Liberados del mal y reincorporados en la comunión con Dios, todo varón y mujer pueden continuar la obra de Jesús como cristianos en la Iglesia, con la ayuda de su Espíritu, para:
• Hacer justicia a los pobres.
• Buscar activamente un nuevo orden social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas
a la pobreza material.
• Combatir de un modo más eficaz las fuerzas que impiden que los más débiles se liberen
de su miseria.
Cuando esto sucede, el Reino de Dios comienza a surgir sobre esta tierra.

La economía de la solidaridad

Los cristianos y cristianas, a la luz de la Revelación, consideran que la actividad económica es una respuesta agradecida a los dones que Dios entrega a la humanidad. Los seres humanos custodian los dones recibidos de su mano generosa, usándolos con el compromiso de perfeccionar su propia vida, la de los demás y del mundo entero.
Una buena administración de los dones recibidos, incluidos los materiales, es una obra de justicia hacia sí mismo y hacia los demás hombres: lo que se recibe ha de ser bien usado, conservado y multiplicado.

La economía es útil cuando no traiciona su función de medio para el crecimiento integral del hombre y de las sociedades, en pro de la calidad humana de la vida. La economía de la solidaridad es un proceso dinámico y multifacético en el que se aplica el criterio iluminado por la moral social cristiana. Se piensa que la relación entre la economía y la solidaridad es un modo de paliar algunos defectos de la economía, o de resolver ciertos problemas que la economía no ha podido superar y se echa mano de la compasión y la colecta generosa de recursos. Este punto de vista hace ver la solidaridad únicamente como forma de compartir los recursos y ayudar a los que resultan desfavorecidos o son excluidos por un sistema económico.

Sin embargo, la solidaridad debe introducirse en la economía misma, y operar en las diversas fases del proceso económico: en la producción, distribución, consumo y acumulación.

Y comparecer también en la teoría económica, superando una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de solidaridad pareciera no encajar espontáneamente.
La riqueza existe para ser compartida
Los cristianos afirman que los bienes, aun cuando sean poseídos legítimamente por alguien, siempre tienen un destino universal. Si esto es así, entonces no está bien la acumulación indebida, ya que contradice el destino universal que Dios creador les dio. Jesús libera al ser humano de manera completa, también de este apego desordenado a las riquezas.


Desde la vida cristiana

Pobreza e ingreso
Se define la pobreza humana por el empobrecimiento en múltiples dimensiones: la privación en cuanto a una vida larga saludable, en cuanto a conocimiento, en cuanto a un nivel decente de vida, en cuanto a participación. Por el contrario, se define la pobreza de ingreso por la privación en una sola dimensión, el ingreso, ya sea porque se considera que ese es el único empobrecimiento que interesa o que toda privación puede reducirse a un denominador común. El concepto de pobreza humana considera que la falta de ingreso suficiente es un factor importante de privación humana,
pero no el único. Ni, según ese concepto, puede todo empobrecimiento reducirse al ingreso. Si el ingreso no es la suma total de la vida humana, la falta de ingreso no puede ser la suma total de la
privación humana.

Moral y economía

La Iglesia insiste en los fuertes vínculos que existen entre la moral y la economía. Reconocer los fundamentos matemáticos y sociales de la economía no significa rechazar como irracional una argumentación que sea trascendente, ya que el fin de la economía no está en ella misma, sino en su destinación humana y social. A la economía, en efecto, no se le confía el fin de la realización del varón y la mujer en la buena convivencia humana, sino solo una tarea parcial, aunque importante: la producción, la distribución y el consumo de bienes materiales y de servicios.

Es un deber para los seres humanos desarrollar de manera eficiente la actividad económica, ya que de otro modo se desperdiciarían los recursos; pero para el cristiano no es aceptable un crecimiento económico obtenido con daño a la persona, a su dignidad, pasando a llevar los derechos de grupos sociales y pueblos enteros.
En el corazón del evangelio de Lucas hay una larga sección (Lc 9,51-19,28) dedicada al “camino
de Jesús hacia Jerusalén” y en ella aparece una serie de parábolas, de relatos muy significativos,
que contienen el núcleo esencial del mensaje de Jesús en un lenguaje impactante y muy crítico.
Uno de los temas de las parábolas es la economía y en el capítulo 16 encontramos dos, la primera,
sobre el dinero injusto (Lc.16,1-15), y la segunda, sobre el hombre rico y Lázaro (Lc.16,19-31) y
ambas están estrechamente relacionadas. En ellas Jesús descubre la trampa en la que el dinero,
en cuanto aspiración idolátrica de la vida humana, tiene atrapada a la gente. Su mensaje central
es la sentencia lapidaria de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc. 16,13).

En la parábola del administrador (Lc. 16,1-15) se revela la injusticia de un sistema económico
que utiliza el préstamo de dinero con interés para agrandar el abismo existente entre pobres y
ricos. El administrador era una persona de confianza, se trataba de un representante del amo, con la capacidad para hacer préstamos, arrendamientos, avales. Al hacer préstamos recibía una comisión en concepto de intereses. Esa comisión aparecía también normalmente en el total de la deuda. Jesús no alaba la injusticia del administrador ni su falta de seriedad. No es la parábola del administrador injusto, sino del administrador listo, porque supo renunciar a los intereses que a él le correspondían. La cuestión central es la renuncia al beneficio propio. Lo que elogia el amo es la sagacidad del administrador por descontar de la deuda total la comisión que le corresponde, ganándose así la amistad de los deudores.

El administrador sagaz de la parábola es elogiado porque utiliza su poder para cumplir la ley del
Antiguo Testamento (cf. Éx. 22,24-25; Dt. 23,20; Lv. 25,35-38), que prohibía cobrar los intereses
de los préstamos y corregir así el sistema económico vigente en la época de Jesús (y también
en la nuestra). Aunque en principio fuera por interés personal, la conducta del administrador
responde en el fondo a los intereses y planteamientos de una moral económica de los oprimidos,
para la cual no los ricos sino los pobres son importantes. Según la parábola, quien tiene dinero y bienes es en realidad, solo administrador de los mismos, no un propietario. La correcta administración de los bienes tiene que responder a las necesidades de los pobres. El dinero (y el
sistema económico, incluido el crecimiento económico) no es un fin en sí mismo y solo ha de servir para hacer el bien, especialmente a los más pobres del mundo. En el marco de las dos parábolas de Lc. 16 se diseña, pues, un proyecto de economía alternativa orientado a atender las necesidades de los pobres, orientado a compartir y dar sin esperar nada a cambio.

La alternativa entre Dios y el dinero se convierte en un absoluto. Jesús es consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas y sabe que el dinero es un dios que exige pleitesía y adoración. Cuando el dinero se convierte en dios, se pone en peligro la convivencia humana, se rompen las relaciones familiares, se olvida el perdón, se extorsiona, se roba, se traiciona y sellega hasta quitar la vida del otro. Por eso Jesús declara abiertamente que no se puede servir a Dios y al dinero.

Desde la vida cristiana

La iniciativa privada y la empresa
La economía se preocupa de la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no solo cuantitativos, sino cualitativos, todo lo cual es moralmente correcto si está orientado al desarrollo global y solidario del ser humano y de la sociedad en la que vive y trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios. Muy por el contrario, la pura acumulación, aun cuando fuese en pro del bien común, no es una condición suficiente para la realización de la auténtica felicidad humana.

En este sentido, la Iglesia pone en guardia contra la mentira que se esconde tras la simple acumulación de bienes, ya que la excesiva disponibilidad de estos fácilmente hace a hombres y mujeres esclavos de la “posesión” y del goce inmediato. Es la llamada sociedad de consumo que da lugar al consumismo.
La Iglesia considera la libertad de la persona en el campo económico un valor fundamental y un derecho muy importante que hay que promover y cuidar.
Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos.

Es una gran riqueza actualmente que muchas empresas (grandes, medianas y pequeñas) sepan organizar un esfuerzo productivo en vistas a satisfacer necesidades determinadas, que sepan planificar un esfuerzo sostenido en el tiempo, haciendo una inversión racionalmente pensada y asumiendo los riesgos necesarios. Así se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial de la economía.

Economía y empresa
Lo propio de las empresas es la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios, creando riqueza para toda la sociedad, no solo para los propietarios, sino también para los demás sujetos interesados en su actividad. Además de esta función económica, la empresa desarrolla una función social, creando oportunidades de encuentro, de colaboración, de valoración de las capacidades de las personas implicadas.

Así, la empresa no puede considerarse solo como una “sociedad de capitales”, sino también como una “sociedad de personas”, en la que entran a formar parte de manera diversa los que aportan el capital y los que colaboran con su trabajo.
Al pensar en una empresa, quizás la primera idea que se venga a la cabeza es “ganancia”.

La Iglesia reconoce el valor del justo beneficio, como primera evidencia del buen funcionamiento de la empresa. Sin embargo, no es el único ni mejor criterio para decir que la empresa cumple su fin. Por ejemplo, puede que los balances económicos sean técnicamente correctos, y que al mismo tiempo los empleados, el recurso más valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad, o que la actividad de la organización tenga una grave repercusión sobre el entorno natural.

La dimensión ética del desarrollo económico tiene que ver con lo que Goulet llama el “full life
model” o “modelo de vida plena”. Cada sociedad tiene un modelo de vida plena que tiene derecho
a realizar y ello es lo fundamental en la propuesta del desarrollo integral. Se trata de que las
poblaciones puedan expresar qué es para ellas desarrollo, desde su propia visión del mundo y
de la vida, desde sus paradigmas.
Por ello la primera cuestión sobre el desarrollo es preguntar a las comunidades, a los grupos
humanos concretos qué es para ellos el desarrollo; cuando nos lo expliquen con sus sencillas
palabras estaremos entendiendo detrás de ello su modelo de vida plena. Esa debe ser la habilidad
principal del agente de desarrollo (proactiva).
Por ello decimos que el desarrollo no es solo “desde abajo” sino “desde adentro”; es decir, si el
desarrollo no parte del espíritu de la gente, no es auténtico desarrollo.

Humberto Ortiz Roca
Actividad 1.-
1.- De acuerdo al texto, ¿Cuándo comienza a surgir el Reino de Dios en la tierra?
2.- Qué es la economía de la solidaridad?
3.- Cuáles son las faces del proceso económico?
4.- Qué es la pobreza humana?
5.- Que es la pobreza de ingreso?
6.- Por qué Jesús elogia al administrador astuto (Pillo)

Actividad 2.-

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