Profesor de Religión
Colegio San Gregorio de la Salle
Opción preferencial por los pobres.
Reflexiones teológicas. (1ªparte) Alain Durand, o.p.
Hacer en nuestras vidas toda una serie de
opciones capaces de manifestar que damos efectivamente la prioridad a los pobres
no es, en la Iglesia, seguir una moda pasajera. Tal orientación es
congénita a la fe cristiana. Si tenemos la impresión de que la "opción
preferencial por los pobres" es algo nuevo, se debe desdichadamente a que
el lugar que por derecho debía ocupar esta orientación en nuestra vida
cristiana, no lo había ocupado de hecho. Sin embargo, es uno de los temas más
tradicionales, es decir, uno de los más ligados a las fuentes de la fe, uno de
los más antiguos y permanentes de la Revelación. Es un "invento" de
Dios, no una generosa idea de hombres sensibles. Es un hecho que radica en los
fundamentos mismos de la fe
Por eso,
en primer lugar, trataremos de conocer cuál es de hecho la prioridad que
concede la Revelación a los pobres. Basta para ello indagar el sentido de
algunos textos mayores que ya todos hemos leído o entendido, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento, y algunos hechos de la historia de la Iglesia.
Posteriormente, trataremos de comprender los alcances de este hecho: ¿Qué nos
permite conocer de Dios, y qué nos enseña sobre la estructura de nuestra vida
cristiana?
I.- La
prioridad concedida a los pobres es ante todo un hecho que es inseparable de la
historia de la Fe.
1.- La Buena Nueva anunciada a los pobres.
Jesús es, ante todo, un hombre semejante a los demás, que podía ser
identificado socialmente a partir de su familia, de su profesión, de su aldea:
es el "hijo de José" (Lc 4, 22), "el hijo de María y el hermano
de Santiago, José, Judas y Simón" (Mc 6,3), "el carpintero" (Mc
6,3), "hijo del carpintero" (Mt 13,55), originario de Nazareth en
Galilea. Pero ¿Cómo podrá lograr este hombre, semejante a los demás hombres,
que reconozcan en él a Dios mismo que nos viene a visitar? ¿Qué signos y qué
palabras podrán acreditarlo como "el que debe venir", es decir, como
el que va a realizar las promesas hechas por Dios? La respuesta a esta pregunta
es simple, de una simplicidad tan desconcertante que algunos no comprenderán.
Sin duda alguna, ellos esperaban algo mejor, algo más grandioso, incluso más
elevado espiritualmente. Cuando Juan Bautista envía sus discípulos a informarse
para saber si Jesús es el que debe venir o han de esperar a otro, Jesús
presenta esencialmente como pruebas los hechos que él realiza para poner en pie
a las víctimas, a los golpeados de la vida, a los oprimidos de su tiempo:
"Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los
sordos oyen, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los
pobres". (Mt 11,5)
La Buena Noticia consiste en estos actos, los
mismos actos que María celebra en el Magnificat: "El baja de su trono a los poderosos, y eleva a los humildes.
Llena de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despide vacíos".(Lc
1,52-53) Es exactamente la misma señal que Jesús da al comienzo de su
ministerio en la sinagoga de Nazaret para indicar cuál es su misión: "El
Espíritu del Señor está sobre mí. Él me
ha ungido para traer la Buena Nueva a los pobres, para anunciar a los cautivos
su libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A despedir libres a los
oprimidos y a proclamar el año de la gracia del Señor" (Lc 4,18-19, que
cita a Isaías 58, 6).
Así pues, la venida de Dios a su pueblo, la
inauguración de su Reino en medio de nosotros, se han hecho visibles en estos
actos que tienen que ver con los enfermos, con los hambrientos, con los
oprimidos, con los cautivos. Liberando a estos hombres mortificados en sus
cuerpos, Jesús manifiesta sobre todo la ternura de Dios. La liberación del
pobre no es algo exterior al reino de Dios: ella realiza su presencia entre
nosotros.
Jesús asume la defensa de los marginados y alerta
contra las riquezas.
A lo largo de su vida pública, vemos que Jesús
hace suya la defensa de los marginados, de los pequeños, de los pobres. Es un
comportamiento constante de su parte, que frecuentemente lo pone en conflicto
con otras personas u otros poderes: desde las numerosas curaciones que realiza
a favor de los enfermos y de los lisiados, hasta las enseñanzas a favor de los
pequeños a los que Dios hace comprender sus secretos. Jesús está siempre al
lado de los marginados, tanto si la causa de su marginación es social como si
es religiosa. El salva la vida de aquella mujer a la que los hombres quieren
excluir de la sociedad humana porque ha cometido adulterio; él elogia a otra
mujer, una pobre viuda que a pesar de estar en la miseria da la limosna, por
contraposición a los ricos que dan de lo que les sobra. A quien hace una fiesta
le aconseja no invitar a sus vecinos ricos, sino "a los pobres, los
lisiados, los cojos, los ciegos" (Lc 14,12)
Enojándose con aquellos que iban a tomar parte
"del banquete del Reino de Dios" después de la defección de los
invitados, Jesús llama a "los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los
cojos", sin otro criterio de elección (Lc 14,21). Por una oveja perdida el
pastor deja las otras noventa y nueve; de igual modo, por el hijo perdido y desprotegido
el amo mata el ternero gordo, y no por aquel que había permanecido fielmente en
casa (Lc 15,3-6 y 11-32). Es la historia del propietario que da al obrero que
no ha trabajado más que una hora —porque nadie lo había contratado antes— un
salario igual al del obrero que ha trabajado todo el día porque había sido
contratado desde la primera hora (Mt 20,1-16). Es la situación que, después de
la muerte de los dos protagonistas, se invierte en provecho del pobre Lázaro y
en detrimento del rico, sin que Lázaro haya hecho otra cosa que no fuese ser un
pobre "que habría deseado llenarse
de lo que caía de la mesa del rico", y sin que el rico hubiese hecho otra
cosa que comportarse como rico "haciendo cada día ostentosos
festines" (Lc 16, 19-30)
Es el Reino declarado inaccesible a los que
poseen riquezas, aunque Dios —y sólo El— puede vencer esta imposibilidad
radical (Mt 19,23-26). Ese comportamiento con el que está desnudo, hambriento,
preso y desprotegido indica la realidad de nuestro comportamiento para con
Dios, es decir, la realidad de la acogida o rechazo que a Él le damos (Mt
25,35-40). Jesús invita a los que quieren seguirlo a no poner su corazón en las
riquezas. Estos bienes perecederos que acaparan al hombre, ahogan la buena
semilla de la Palabra (Mt 13, 22), cierran el corazón a la miseria del otro (Lc
16,19-22) y conducen a una conducta idolátrica (Lc 16,23). El invita a vender
los bienes y a darlos a los pobres (Lc 14,33; 18, 22). ¿No era El mismo aquel
que no tenía donde reposar la cabeza? Desde su nacimiento fue rechazado de
"la sala común" porque no había lugar para él y sus padres (Lc 2,7).
El escogió estar del lado de las víctimas, por lo que terminará rechazado de la
sociedad, clavado en el cadalso de la vergüenza.
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